3 de febrero de 2014

Geomorfología, desertización y desertificación.

Las chimeneas de hadas son un tipo de formación geológica típica de las zonas áridas o semiáridas por las que discurren las aguas salvajes. Están formadas por una columna de un material blando (en nuestro caso, margas) coronada por una roca de mayor dureza (caliza) que la protege de la erosión.

Chimeneas de hadas en Casas de Juan Blanco (Monòver)

Que el desierto avanza es un hecho incuestionable y trae consigo la pérdida de suelo, estimada en unos mil millones de toneladas al año en España. Si el suelo tiene poco espesor, como en el caso del monte Coto que presenta mármol como roca madre, y se canalizan las aguas de escorrentía, se produce la caída de árboles por desnudamiento de raíces.

Pino caído en el monte Coto

El tiempo atmosférico tampoco ayuda y es que hemos cerrado el otoño más seco desde 1981 registrándose un 80 % menos de precipitaciones de lo que suele ser normal.


De hecho, si observamos el siguiente mapa de seguimiento de la sequía que nos proporciona la AEMET, la mancha de color marrón (extremadamente seco) se corresponde con la zona del Mañán.


Por si no fuera sificiente con los problemas de desertización, las personas también colaboramos en esta pérdida de biodiversidad.

La desertificación es especialmente deplorable en espacios protegidos, en áreas que hemos asumido que tienen un valor natural único merecedor de protección y conservación.

En la actualidad parece que todo va encaminado a considerar los espacios naturales como el escenario ideal para el hedonismo humano, lugares para disfrutar y donde dar rienda suelta a los instintos más primitivos originados en nuestro cerebro reptiliano: la sensación de libertad, de ser salvajes. Está de moda la forma de ser de Kilian Jornet o Daniel Stix, vivir al límite, buscar únicamente el placer. Y eso al que legisla no se le escapa (y al Decathlon tampoco), véase si no el proyecto de ley de Parques Nacionales que pretende sacar rendimiento económico de estos espacios como sea.

El paraje natural municipal Monte Coto muestra síntomas de antropización: ya podemos encontrar en sus cumbres plantas nitrófilas de bordes de caminos como Psoralea bituminosa (ahora Bituminaria bituminosa), una planta incapaz de colonizar esos ambientes si no es por dos cosas:
 - porque la semilla ha sido transportada en suelas de botas y zapatillas (no puede ser transportada por un jabalí, por ejemplo, porque es una semilla encerrada en un fruto de tipo aquenio sin estructuras especiales).
- porque las condiciones ambientales de las cumbres ahora son similares a los bordes de caminos.

Doradillas, zarzaparrillas, ruscos y encinas quedan como vegetación relíctica en las zonas de umbría y aparecen marchitas, sin vigor. Se citan nuevas plantas, como el chumberillo de lobo (Caralluma munbyana) una especie vulnerable del norte de África. Los espartales (protegidos por normativa europea) que podrían evolucionar a especies leñosas en ausencia de perturbaciones humanas no lo hacen (aquí el clima juega en nuestra contra). Además, el águila real sobrevuela el paraje pero no se decide a anidar donde lo había estado haciendo durante más de diez años.

Podemos seguir dicutiendo ecologistas, senderistas, corredores, escaladores, espeleólogos y ciclistas (no incluyo vehículos a motor porque están prohibidos en estas áreas) por ver quién hace más daño o empezar a proponer soluciones razonables. Sea como sea debemos aceptar que la prioridad es conservar los valores naturales en una región bastante árida y, si es posible, hacerlo compatible con la práctica de actividades al aire libre (en las zonas menos sensibles) y, si no es posible, para eso tenemos un cerebro racional, para entenderlo.

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