Tengo un cubo de basura nuevo, apenas tiene un año; se le ha roto una diminuta pestaña de plástico que hace que se abra la tapa cuando pisas el mecanismo. La he pegado con un pegamento normal y nada, he probado con Loctite y tampoco. Al final, a la desesperada le he echado bicarbonato; por un momento parecía que funcionaba pero al abrirlo se ha caído la tapa al suelo y se le ha roto la otra pestaña.
Ahora no sé qué hacer con el cubo. No existen recambios para piezas tan pequeñas; no es mala suerte o casualidad, es lo que se llama la “obsolencia programada” o lo que es lo mismo, colocar piezas defectuosas o frágiles en los aparatos para que no nos duren toda la vida y tengamos que comprar otros nuevos.
Voy a pensar el modo de arreglarlo, algo se me ocurrirá. Igual con un poco de esparadrapo, no sé, quedará cutre pero hará que me ría cada vez que lo vea. No voy a comprar otro de momento.
He decidido rebelarme, desde casa, contra el sistema consumista que me obliga a comprar una y otra vez, aunque no quiera, que me dice que estoy hecha un asco, viejuna e infeliz. Pues nada, vamos a ello. Voy a ser, al menos esta tarde, lo más improductiva que pueda, no quiero que midan mi bienestar por el Producto Interior Bruto, las tasas de consumo o el endeudamiento de las familias; voy a pensar en las cosas que no me cuestan dinero y que me hacen verdaderamente feliz, desde luego no es perder el tiempo. Ahí van:
El olor después de la lluvia
Las tormentas de verano
Que unas manos pequeñitas jueguen a las peluqueras con mi pelo
El silencio
Dormir en el campo con la ventana abierta y notar el frío de la mañana
Tumbarme al sol de la primavera
Mirar el fuego
Andar descalza por la playa cuando la arena está fría
No hay comentarios:
Publicar un comentario